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Han pasado dos años desde que una bala atravesó la humanidad de Fernando Villavicencio. Pero ese vil asesinato comenzó a urdirse hace más de 16 años, cuando él mismo, con papeles en la mano y verbo de acero, expuso las entrañas pútridas de un Ecuador que, respondiendo a los intereses del “Socialismo del Siglo XXI”, se construyó sobre el cinismo, la corrupción, el abuso de poderes y la impunidad.
La Revolución Ciudadana, otrora Alianza País, escribió una historia no con tinta sino con grasa de chanchullo, para blindar a los peces gordos —glotones, sebosos, tetones, de hocico fino— que supuestamente, en nombre de los derechos de la naturaleza, la protección de los recursos del Estado y otras ilusiones que nunca cumplieron, entregaban contratos a dedo, siempre perjudicando al ciudadano de a pie, deshilachando la Patria y ofreciéndola a los peores.
Fernando lo dijo todo. Nos mostró todo. Refinerías invisibles, hidroeléctricas repletas de fisuras, hospitales donde la medicina era un sobreprecio, reconstrucciones que sirvieron para levantar fortunas mal habidas. Todo servido para el banquete de la mafia: un bufé de cemento, sangre y dólares planchados.
Hoy, muchos de los involucrados que fueron investigados por Villavicencio, permanecen encerrados en celdas o huidos en países donde impera el crimen organizado transnacional. Están fuera, en gran parte, gracias a su incansable trabajo periodístico y a su labor como presidente de la Comisión de Fiscalización en la Asamblea Nacional.
Los casos Metástasis, Purga y Plaga no son nuevos. Son el eco de las verdades que Fernando gritó cuando todos preferían la comodidad del silencio. No hay novedad. Fernando ya lo dijo todo: las campañas electorales financiadas con recursos ilegales, contratos a dedo para beneficiar a las mafias; jueces, abogánsters y la justicia a la carta; la suite de Daniel Salcedo y sus vínculos con los Bucaram, la piscina de Xavier Jordán y el narcoestado en el que nos convirtieron.
Y ahora…, ¡Vaya metamorfosis kafkiana! Los pillos juegan a ser paladines. Denuncian con el mismo entusiasmo con el que antes brindaban por el botín. El lodo vuela, pero entre compadres.
Y por si fuera poco, el acto más nauseabundo: una Asamblea que decidió que el asesinato de Fernando fue delincuencia común. Como si el plomo que lo mató no viniera del corazón podrido del poder. Como si un sicario hubiese disparado solo, sin el dedo de un sistema detrás. La propuesta vino, cómo no, del oficialismo, de ADN, ese experimento político que se hace llamar nuevo, pero que se lee como un correísmo 2.0, con las mismas ansias de captar todos los poderes, tener fiscales de bolsillo y control de la sociedad crítica. .
Hoy, hay un sector del país que le entregó su alma al monstruo nuevo, por miedo al monstruo viejo. Y el nuevo, que piensa que se le firmó un cheque en blanco, ahora invita a viejos y nuevos a aferrarse al poder con la misma voracidad con la que antes se robaban el país. Cambian los dueños del circo, pero los payasos siguen siendo los mismos. Ríen mientras nos desangramos.
Fernando estaría asqueado. Ver a Ferdinan “cinturita” Álvarez erguido como virrey de la fiscalización, con el reloj pagado por la mafia, brillando como una bofetada a la decencia. Escuchar a los exborregos azules, ahora mutados en morados, hablar de ética con la boca llena de estiércol. Marcela Aguiñaga, Pabel Muñoz, Leonardo Orlando: el nido de siempre, mudando de piel.
Dos años después, el crimen sigue sin respuesta. La Policía que debía protegerlo se hizo a un lado y se escabulló para fotografiar su cadáver. ¿Quién dio la orden? ¿Quién recogió el rédito? ¿Quién atrapó a los sicarios con eficiencia cinematográfica para luego dejarlos morir como perros en las cárceles?
Hay silencios estridentes, que nos generan demasiadas interrogantes:
¿Por qué no hay sanciones al SNAI?
¿Por qué nunca hubo una reconstrucción real de los hechos?
¿Quién mató a los asesinos para que no hablen?
Dos años después, la herida sigue abierta, todo parece apuntar a que lo hacen a propósito. Así, cuando el oficialismo necesite una cortina para seguir engullendo el poder impunemente, hablarán de mi padre, de la necesidad de combatir las mafias, usarán su nombre… Podrán condenar a Serrano, Glas, Jordán, Salcedo y Aleaga, y no crea- estimado lector- que eso no me complace, pero… Seguirían faltando jaulas.
¿Por qué? Porque no basta con enjaular solo a los mensajeros del crimen, a los que ya están quemados, prófugos y presos: hay que desmantelar la estructura que permitió que un país entero girara hacia la narcopolítica.
A Fernando lo siguen matando.
Lo matan los influencers de la mafia, los que cuentan la verdad que les conviene con sonrisa de cadáver.
Los políticos que se reparten la patria en cuotas.
Los tecnócratas del olvido y de la impunidad.
Cada corrupto que ve un sicario en los ojos de un niño, cada funcionario que abre la puerta de la cárcel para que escape un capo, cada votante que cambia esperanza por servilismo… cada uno de ellos es cómplice.
Pero aquí estamos.
Sus hijas. Amanda y Tamia. Acompañadas de un mar de valientes.
Somos las voces que no pudieron callar.
El fuego que no se apaga.
Sembramos valentía donde otros cultivan miedo. Rechazamos el caudillismo con nombre nuevo y maquillaje de TikTok. No creemos en salvadores: creemos en las manos unidas. En la voz colectiva. En ese grito que no necesita líderes, sino una verdadera insurrección de la conciencia.
Este no es el tiempo del silencio.
Es el tiempo de la verdad.
De levantar la mirada.
De amar tanto a la Patria como para desobedecer a sus verdugos.
Fernando Villavicencio fue un hombre sin miedo.
Porque sabía que un valiente solitario es una golondrina que sí hace verano, pero millones de valientes somos invencibles.
Y nosotras, sus hijas, heredamos el intangible amor por esta Patria que se niega a rendirse.