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“No hay crimen perfecto” decía la revista que papá sostenía entre las manos -que hacía alusión al crimen del General Jorge Gabela- y que fue captada por el lente de un atento fotógrafo, en julio del 2023. Pocos días antes de su propia muerte, papá se mantenía pendiente del crimen del General Gabela. La frase de la portada parecía una certeza en ese momento; hoy se lee como un reclamo urgente de toda la sociedad para que no se deje en la impunidad ningún crimen. Ni el de Fernando, ni el de Jorge, aunque desde este último hayan pasado ya 15 años.
Papá lo sabía. Sabía que la mafia no debate ni rectifica: disuade, coopta y, cuando todo falla, silencia. Sabía que cada voz que insiste demasiado termina convertida en estorbo. Por eso investigó durante años el crimen de Jorge Gabela. No como quien persigue una noticia, sino como quien se niega a aceptar una mentira oficial. Era un crimen de Estado. Y como todo crimen de Estado, fue encubierto –aunque de manera torpe y grotesca- por todo el aparato del gobierno de turno.
Este 19 de diciembre se cumplen quince años del asesinato del general Gabela. Quince años no son solo tiempo: son expedientes dormidos, testigos asesinados, verdades postergadas. Esos quince años son un país que aprendió a convivir con el crimen como si este fuera paisaje. Pero también son memoria que insiste, que vuelve, que se niega a desaparecer.
El tiempo pasó, pero no pasó nada. Solo cambiaron los nombres, los cargos, las excusas. Algunos de los mismos personajes que rondaron el asesinato de Gabela hoy aparecen, otra vez, en las sombras del magnicidio de Fernando Villavicencio.
La repetición no es casualidad: es método. Es un sistema que mata, encubre y luego espera que el olvido haga su trabajo.
Patricia Ochoa de Gabela nunca se rindió. Peleó sin aspavientos, con la obstinación de quien entiende que la dignidad no se negocia y que la verdad no prescribe. Peleó cuando ya nadie miraba, cuando el ruido se apagó y solo quedó el cansancio. Su lucha es la mía. Es la nuestra. De todos los que elegimos el camino de la ética y la valentía.
No descansaremos hasta que los criminales sean llamados por su nombre y se les arranque de una vez el disfraz, cada vez más raído, de respetabilidad. Nunca más deben ser elegidos en papeletas ciegas que siguen hundiendo a la Patria en el pantanoso estiércol del narcoestado. Porque un país que vota a sus verdugos no es ingenuo: es rehén. Y porque hay muertes, como la de Jorge Gabela, como la de Fernando Villavicencio, que no soportan el silencio, sino que exigen memoria, justicia y una verdad que, aunque tarde quince años, sigue golpeando la puerta.


