SOMALIA: UN VÍNCULO ETERNO CON MI TÍO FERNANDO



SOMALIA: UN VÍNCULO ETERNO CON MI TÍO FERNANDO

Briana Villavicecncio9 agosto, 202413min173
Briana Villavicecncio9 agosto, 202413min173
PORTADAS TESTIMONIOS ESPECIAL _20240807_203922_0010
Mi sufrimiento comenzó en agosto, un mes que siempre asociaré con la pérdida y el dolor. Fernando era más que un tío para mí; era una fuente de inspiración y un modelo a seguir. Él era una persona impresionante, digna de admirar. Su posición en el mundo era motivo de orgullo, pero conocerlo como persona era lo que realmente me inspiraba a seguir sus pasos. Era bondadoso, amable y correcto, cualidades que hoy en día son tan raras y valiosas.

Con orgullo digo que él fue el mejor compañero que cualquiera desearía tener. Mi familia y yo tuvimos la suerte de disfrutar de grandes aventuras y valiosas enseñanzas gracias a él. Fernando disfrutaba contar historias y compartir con su familia. Recuerdo las noches junto a la fogata, donde sus relatos nos transportaban a otros mundos. Hablaba con pasión y detalle, haciéndonos sentir parte de la aventura. Nos enseñó a valorar cada momento, a reírnos de las pequeñas cosas y a enfrentar la vida con valentía y una sonrisa.

Aún recuerdo como si fuera ayer todos los momentos que compartíamos. Las reuniones familiares eran especiales cuando él estaba presente. Hacíamos fritada juntos, un plato que se convirtió en nuestro ritual familiar. Las fogatas en las noches frescas eran mágicas, iluminadas no solo por el fuego, sino por la alegría y las risas que él provocaba. Y, por supuesto, nuestro juego favorito: la tortura. Fernando se tomaba el tiempo de perseguirnos y hacernos cosquillas hasta no poder más. Era un juego sencillo pero que nos unía y nos hacía sentir amados.

También recuerdo las tardes en las que a él se le apetecía hacer unas ricas empanadas. Cuando las servía en la mesa, era algo delicioso, y todos en la casa se emocionaban al probarlas. Extraño deleitarme con las empanadas que él hacía, no solo por su sabor, sino porque eran hechas con tanto cariño y dedicación. Cada vez que voy a la casa de mi abuela, la luchadora más admirable del mundo, veo la cocina y recuerdo la emoción que ponía Fernando al hacer fritada o empanadas. Solo me lo imagino haciéndolas, y luego, cuando regreso a la realidad, él ya no está, y eso me llena de una profunda melancolía.

Recuerdo cómo, al saludarlo, siempre sonreía y compartía su alegría. Su sonrisa era contagiosa y podía iluminar el día más oscuro. Incluso en sus peores momentos, mostraba una sonrisa a su familia, un gesto que ahora entiendo como un acto de amor y fortaleza. Extraño escuchar su voz, su risa y sus melodías. Fernando era un hombre de muchas habilidades, y la música era una de sus mayores pasiones. Sus melodías llenaban la casa de vida y alegría.

Un detalle que nunca olvidaré es el apodo que Fernando me puso: «Somalia Somali». Ese nombre tiene un significado especial para mí, ya que él lo escogió con cariño y lo usaba para llamarme en momentos especiales. A veces me preguntaba si había alguna historia detrás del nombre, algún recuerdo o broma privada que solo él conocía.

Mi madre me contó que ese nombre me lo puso cuando yo estaba en el vientre, ya que cuando ella estaba embarazada vivía en Esmeraldas y Fernando siempre iba a visitar a mis padres. Un día, de la nada, cuando vio con malestares a mi madre por el embarazo, dijo: «Avisarán si ya va a nacer la Somalia para no irme». Hasta el último día que compartí con él, horas antes de su partida, me llamó «Somalia». Ese momento quedó grabado en mi memoria. Ahora, extraño profundamente que me pida un favor y me llame de esa forma. Ese apodo, tan único y lleno de cariño, es un vínculo especial que siempre llevaré conmigo.

Cuando me llamaba «Somalia», sentía una conexión especial con él, como si el nombre encapsulara todos nuestros momentos compartidos, todas las risas y todas las enseñanzas. Era una palabra cargada de significado. A veces, me sorprendo escuchando su voz en mi mente, llamándome «Somalia» en medio de una tarea cotidiana. Ese apodo es una parte de mi identidad que Fernando me regaló, y aunque él ya no está, sigo sintiendo su presencia cada vez que lo escucho en mi corazón.

Estos momentos ahora solo viven en mis recuerdos, pero son recuerdos que atesoro profundamente. Aunque nadie esperaba esta pérdida, la vida tiene un destino para cada uno de nosotros. Fernando, para mí, quedó como uno de los mejores del mundo, mi superhéroe para toda la vida. Su partida ha dejado un vacío que aún no logro superar, pero sé que esto es un proceso largo que debo enfrentar. Cada uno tiene su dolor que debe superar, y yo tengo el mío. Sin embargo, el mejor consejo que he recibido es siempre pensar que él está bien y que quiere lo mejor para todos nosotros.

La vida continúa, y aunque su ausencia es dura, trato de honrar su memoria viviendo de la manera que él hubiera querido. Recuerdo sus enseñanzas y trato de aplicarlas en mi día a día. Fernando me enseñó a ser fuerte, a ser amable y a valorar a mi familia por encima de todo. Me enseñó que la vida es un regalo que debemos apreciar y que cada día es una oportunidad para ser mejores personas.

A veces, en momentos de soledad y tristeza, cierro los ojos e imagino que está a mi lado, sonriendo y guiándome. Siento su presencia en los pequeños detalles: en una canción, en una risa, en el aroma de la fritada cocinándose. Estos pequeños momentos me recuerdan que, aunque ya no esté físicamente, su espíritu sigue vivo en nuestros corazones y en nuestras acciones.

A veces recuerdo cuando, después de una comida, pedía café y me decía: «¿Cuándo será el día que tú me prepares un café?» La vida no me permitió hacerlo, y eso es algo que me rompe el corazón. Me pregunto cómo habría sido preparar ese café para él, y si le habría gustado. También recuerdo las mañanas en las que despertaba con mucha alegría y mimaba al perrito. El perro siempre saltaba de emoción cuando lo veía, y esos momentos de ternura eran verdaderamente especiales. Son momentos que no voy a dejar pasar.

Extraño las tardes que compartíamos con él, jugando «parame la mano», donde nos hacía reír con sus ocurrencias. Era increíble cómo siempre lograba sacarnos una sonrisa, sin importar lo que estuviera pasando. También extraño cuando veíamos películas juntos; él tenía una manera única de comentar cada escena, haciendo que incluso la película más aburrida se volviera interesante. Algo que siempre quedará en mi corazón son las tardes en las que jugábamos fútbol, mi hermano junto a mi primo, contra Fernando. Nadie va a creer que él hacía eso, pero aquí les queda claro que era un compañero de aventuras y un amigo en el cual podíamos confiar.

Ahora, cuando paso por los lugares que tienen una historia con él, me invade un gran sentimiento, porque por mi mente pasan todas las aventuras con mis primos y él. Casi todos lo conocían como político, una figura pública con responsabilidades y compromisos, pero yo tuve la suerte de conocerlo como un tío que, valga la redundancia, fue uno de los mejores. Recuerdo sus consejos, siempre sabios y oportunos, y cómo se preocupaba por nosotros.

Cada rincón de la casa de mi abuela tiene un recuerdo con él. La cocina donde preparaba sus deliciosas comidas, el patio donde jugábamos y reíamos, la sala donde veíamos películas y compartíamos momentos en familia. Todos esos lugares ahora me parecen más vacíos, porque él ya no está. Sin embargo, su espíritu y su amor siguen presentes en cada recuerdo, en cada historia que contamos sobre él.

A veces, cuando estoy sola, cierro los ojos y trato de imaginar que él sigue aquí. Puedo verlo sonriendo, preparando café, jugando con el perro, haciendo empanadas. Y aunque sé que solo es un sueño, me da consuelo. Porque aunque ya no esté físicamente, su esencia, su amor y sus enseñanzas siempre estarán conmigo, acompañándome en cada paso que doy.

Lo admiro y lo extraño profundamente, pero ya no podemos hacer nada para cambiar esto, solo queda recordar y apreciar los momentos vividos. La vida sin él es diferente, pero su legado perdura en cada uno de nosotros. En mi corazón, Fernando siempre será el héroe que iluminó nuestras vidas con su bondad y su amor. Aunque la tristeza nunca desaparecerá, aprenderé a vivir con ella y a encontrar consuelo en los recuerdos y en el amor que compartimos.

Esos recuerdos y ese nombre que me diste son el legado que llevaré conmigo siempre. Viviré tratando de ser la persona que tú querías que fuera, honrando tu memoria con cada paso que doy. Cada vez que alguien me llama por mi nombre, o cuando pienso en ti y en el apodo que me diste, me siento conectada contigo de una manera especial. «Somalia» no es solo un nombre, es un símbolo de amor, las enseñanzas y los momentos que compartimos. Y aunque la vida sigue, tu legado y tu amor vivirán eternamente en mi corazón.