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La tragedia de Quimsacocha es una realidad que está ocurriendo ahora mismo. Y ahora mismo, también, se está convocando una gran marcha ciudadana. ¡No les podemos fallar! No le podemos fallar a la vida ni a la historia….
Allí está. La hojarasca helada y anterior al génesis, que guarda la memoria del agua, tejida por los millones de arroyuelos donde la vida se renueva cada día. Allí están los viejos cerros cubiertos de niebla, musgo y escarcha. Los páramos majestuosos. Vivos. Indefensos. Temblando en su agonía mientras las máquinas de acero les muerden las entrañas para abrir el grotesco socavón en búsqueda del vil metal que golpea las mesas de las cantinas y los burdeles de los campamentos mineros, que han llegado para hundirle los colmillos en la yugular.
La historia duele. Cinco siglos llevamos de ultraje, desde que la espada y la cruz hollaron nuestro suelo y nos asignaron este rol de patio trasero del mundo. Y hoy la historia se repite de manera atroz, mientras las exportaciones mineras crecen sin pudor (proyectando superar los USD 4 mil millones en 2025) y el contrato de inversión, para explotar 33.384 toneladas de cobre, 10 millones de onzas de plata y 2,6 millones de onzas de oro, se firma con Dundee Precious Metals, empresa cuyas operaciones en Serbia, Armenia, Bulgaria y Namibia, han sido ampliamente denunciadas en la comunidad internacional, por los desastres ambientales y sociales dejados a su paso.
Así que es hora de terminar con las mentiras y decirlo claro. La minería sustentable no existe y los proyectos mineros en los páramos son desastres ambientales. El drenaje ácido de roca y la utilización de metales pesados no son cuentos de terror, son realidades contundentes y avaladas por la mismísima Agencia de Protección Ambiental de los EEUU (EPA).
Sí. La tragedia de Quimsacocha es una realidad que está ocurriendo ahora mismo. Y ahora mismo, también, se está convocando una gran marcha ciudadana. ¡No les podemos fallar! No le podemos fallar a la vida ni a la historia. Hoy se nos ha suspendido el derecho a la tibieza. Porque ya no podemos ser los pacíficos dueños del absurdo. Porque ya no podemos seguir postergando amaneceres y pagando deudas ajenas. Porque ninguna deuda tenemos salvo con la vida.
Por eso, esta vez no pasarán. El agua es nuestro derecho. Nuestro. Somos nosotros quienes decidimos. Y esta vez no importarán los oscuros acuerdos forjados en los pasillos del poder para vender el páramo al precio de la conciencia. Esta vez no pasarán, porque no deben pasar. Porque llegará el día en el que tendré que mirar a mi hija a los ojos. Y tal vez tenga que explicarle que perdimos. Que no supimos luchar contra la enorme maquinaria del poder. Pero que nunca deba decirle que no nos animamos a luchar, que miré para otro lado mientras reducían al silencio los arroyos del páramo…
@andresugaldev.
(Publicado en Diario El Mercurio)