Si nos asomamos a ver el resto de países vecinos en el barrio llamado Latinoamérica, especialmente a los que fueron conquistados y luego sometidos por el Socialismo del Siglo XXI, veremos que Ecuador está en una situación excepcional. Porque sin necesidad de una guerra civil, como lamentable y muy probablemente será el desenlace de países como Venezuela y Nicaragua, pudimos liberarnos de la dictadura correísta disfrazada, durante más de diez años, de ‘ultra democracia’. Pues no debemos olvidar que, primero con gran ayuda de la élite intelectual de izquierda y los medios de comunicación que fueron embobados por Correa, y más tarde —cuando ya tenía el control casi total del Estado— con trampas, con control de la información y con intoxicación de propaganda, sin dejar de reconocerle su gran astucia sofista, el exdictador ganó todas las elecciones, lo que le dio el músculo político para seguir decidiendo sobre todo y sobre todos. Por ejemplo, hasta a qué altura debía ir el hilván de las faldas de los uniformes de las niñas de los colegios públicos. Eso, señoras y señores, fue el totalitarismo criollo, meloso y conservador del correato.
¿Cómo nos salvamos de seguir hundiéndonos? Que conste que, en este caso, la salvación no es eterna, como algunos teólogos creen, lo único eterno de nuestra salvación terrenal y ecuatoriana es la necesidad de que la construyamos, defendamos y vigilemos por siempre. Es que así es la verdadera democracia, no es una condición, es un proceso constante, que incluso vía elecciones puede retroceder y entregarle las armas a su verdugo. Esto fue lo que sucedió en 2008, cuando la gran mayoría, 82%, votó a favor de una asamblea constituyente, y luego, también una mayoría del 64% aprobó la constitución con textos falsificados por la secretaría jurídica del exdictador, así denunciado por varios asambleístas constituyentes.
Muchos de los rebeldes que hemos luchado contra ese monstruo, donde me incluyo, siempre estuvimos en la minoría, voté en contra tanto en la consulta como en el referéndum, porque temía que sucediera lo que ya sabemos nos pasó.
Durante todos estos años, desde 2006, cuando apareció en escena el hábil falaz hasta el giro que dio su sucesor Lenín Moreno en 2017, he invertido muchas horas en tratar de comprender qué fue lo que nos salvó, qué hizo que Moreno se viera abocado a traicionar al traidor, por lo cual, en mi libro, tiene 100 años de perdón.
Por supuesto que no hay un solo factor, sino varios, pero hay hilos conductores, y quiero creer que esos hilos conductores son la ciudadanía activa —en calles y redes sociales, las redes fueron gran protagonista—, y el periodismo, especialmente el de investigación. Probablemente la tercera pata de esa mesa es la dolarización, y la cuarta, la propia decadencia del correato.
Las características que unen a la ciudadanía activa y al periodismo para no dejarse vencer se llaman dignidad y amor por el país. Así, el exdictador descubrió que no todo el mundo tiene precio, ni se deja amedrentar por el mayor de los cobardes, el que usa el poder del Estado para ganar lo que no podría si fuera un ciudadano común.
¿Pero para qué hablo de todo esto en este momento? Lo digo para que estemos conscientes de lo que hemos hecho, y de lo que debemos seguir haciendo. Creo que pronto será tiempo de que la ciudadanía y el periodismo vuelvan a marcar la cancha para que las funciones del Estado cumplan con su obligación, y para que el Gobierno del Encuentro lleve a cabo los compromisos adquiridos con la ciudadanía que lo apoyó en segunda vuelta. Las naves de la ciudadanía y el periodismo honesto están en la misma flota con el resto de actores políticos bienintencionados que quieren llevar al Ecuador al puerto del desarrollo y de la equidad. Llegó la hora de levar anclas, la flota de piratas está lista para atacar. #ResistenciaEC