Amanece como cualquier otro día, pero desde mi cama enfrento la sombra de la desolación que quedó marcada en la pared el día en que le arrebataron la vida a mi padre, un huequito señal del impacto de un jarro que estalló en mil pedazos, igual que mi corazón, cuando me dieron la noticia de su asesinato. Han pasado cuatro meses de ese horrible momento de mi vida y de la vida democrática de mi país.