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Grecia Albán, cantautora y activista ecuatoriana, presenta Nubes Selva, un disco que entreteje sonidos ancestrales y contemporáneos para reconectar con la identidad, la naturaleza y la ternura.
María Grecia Albán Campaña nació en Latacunga, Cotopaxi, pero su voz creció al ritmo de la Amazonía. Desde niña entendió que el arte no era solo técnica: era la forma de imaginar, resistir y nombrar la vida. “Para mí la música está en el hacer, en el experimentar, en el vivir”, dice, como quien sabe que crear es también recordar y transformar.
Su historia comenzó temprano: a los 11 años estudiaba violonchelo en el conservatorio, mientras formaba parte de coros que le enseñaron la disciplina y la armonía colectiva. Apenas dos años después, se inscribió por cuenta propia en un concurso de canto, quedando en segundo lugar con Mariposa Tecknicolor de Fito Páez. Desde entonces no ha dejado de explorar caminos sonoros que cruzan la raíz afro, indígena y mestiza de América Latina con el jazz, el rock, el blues y la música contemporánea.
Con 38 años, Grecia Albán carga más de dos décadas de escenario. Diez de esos años los vivió junto a Malamaña, una orquesta de salsa que no solo le dio tablas, sino una escuela de improvisación y creatividad, de la mano de músicos como Paul Caraguay. Más tarde vinieron colaboraciones decisivas con Esteban Portugal, con quien grabó su primer disco, y Miguel Sevilla, con quien construyó el segundo. Hoy comparte escenario y búsquedas con artistas como Lisbeth Adaraco, pianista con la que mantiene una complicidad musical, y con proyectos como El Hombre Pez, donde la familia también es parte de la creación.
Lo suyo no es solo mezclar por mezclar. “Las tradiciones son espacios para el juego, que también son sagrados”, explica. Para Grecia, el respeto y la investigación son inseparables del acto creativo: solo así las músicas tradicionales pueden respirar y dialogar con lo contemporáneo sin perder su raíz. “Disfruto mucho de la música andina, de la música afro, de la música de raíz indígena, y también del jazz, del blues, del rock… y me gusta que todo eso se encuentre”, cuenta.
Su identidad mestiza y su vida entre territorios —Latacunga, la Amazonía, los Andes— marcaron un imaginario sonoro cargado de paisajes: el rumor del agua, el susurro de la selva, la inmensidad de la montaña. “La naturaleza es trascendental para mi música y mi experiencia de vida”, asegura. En sus canciones, la geografía se vuelve metáfora, memoria y esperanza.
Grecia Albán cree que el arte puede abrir grietas de luz en medio de la violencia. “El arte sensibiliza, nos permite emocionarnos, procesar dolores y generar empatía. Es fundamental para reconstruir el tejido social roto”, reflexiona. Por eso también se declara activista contra el racismo, convencida de que Ecuador necesita mirar sus heridas para poder abrazar su diversidad.
Su más reciente trabajo, Nubes Selva, es una invitación a ese abrazo: un disco para escuchar con hijas, hijos, madres, padres; un viaje sensible por la diversidad cultural y natural del Ecuador. “Está hecho con mucho cariño y con la dedicación de muchos años”, dice.
Grecia Albán no solo canta: recoge memorias, cruza fronteras musicales y nos recuerda que, incluso en medio del dolor, la música puede ser un territorio libre, donde volvemos a encontrarnos.