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UNA CARTA PARA LOS EMPECINADOS



UNA CARTA PARA LOS EMPECINADOS

Sara Ortiz8 agosto, 20244min
Sara Ortiz8 agosto, 20244min
PORTADAS TESTIMONIOS ESPECIAL
Tengo un problema personal con Fernando Villavicencio: no puedo escribir sobre él. Cuando lo intento, se me viene el mismo sentimiento de desamparo que suelo experimentar cuando trato de escribir sobre Javier Ortega, mi amigo y compañero periodista, asesinado en 2018 por el Frente Oliver Sinisterra.

Bueno, se sabe que los guerrilleros, amigos del narco, jalaron el gatillo, pero hubo otros detrás de las pistolas. Igual que en el caso de Fernando. Lo asesinaron antes de que subiera a esa camioneta y, desde la distancia, veo que lo siguen matando aquellos que una vez comieron de su plato, que recibieron su respaldo. Son los típicos amigos del campeón, esos que lo alababan mientras podían obtener algo de él y que no son más que gentuza del peor pelaje.

Ya es un año de su crimen y su sangre no se seca. Aunque lo han querido callar, su voz aún es audible. Es una lástima que no se pueda reír con algunos casos que se han judicializado. No ha experimentado la satisfacción de ver que todos los que desenvainaron su espada y entesaron su arco para derribarlo terminaron atravesándose a sí mismos, golpeando su propio corazón. ¡Escribieron chats y dejaron fotografías de encuentros secretos! ¡Llevaron la contabilidad de los barriles de petróleo robados! ¡Ya lo imagino en tremenda risotada!

También lo imagino serio e indignado por esos facinerosos de cuello blanco, que se reproducen como hongos en la basura, y que hoy lucen como árboles frondosos. En poco tiempo no quedará nada de ellos, desaparecerán, y Fernando no estará para verlos recibir lo que merecen. No podrá terminar un feroz tuit con el hashtag con: “corruptos siempre fueron ellos” jajaja. 

Ernesto Sábato decía que en medio de la dura realidad “siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del Absoluto”. Justicia y verdad fueron los absolutos que tocó Fernando. En medio de vituperios, persecuciones, andando de aquí para allá, afligido, maltratado; errante por la selva, y aunque hizo mucho por el país, no vio a la justicia resplandecer como luz del mediodía. Como casi siempre les pasa a esos empecinados y héroes, viven en un mundo que no es digno de ellos.

Al “acuerdo entre privados”, Fernando los llamaba soborno y lo decía con nombres y apellidos. Tenía documentos y un envidiable olfato periodístico, por eso le tenían miedo. Su voz, como un trueno, gritaba que “no se puede hablar de narcotráfico fuera del poder político” y por eso maquinaban contra él. Les recordaba su amor por las ganancias deshonestas y por su justicia comprada, por eso lo asesinaron.

No sé si Fernando reciba justicia. No sé si los que han llorado por él recibirán consuelo. Pero sé que llegará el día en el que todo lo que dijeron en la oscuridad se oirá a la luz del día. Y todo lo que susurraron en las habitaciones, en las plazas, se oirá. Lo sé, no porque se haya levantado un político como él o vea un funcionario comprometido con la justicia. Lo sé, por la razón que una vez le comenté a Fernando: “Dios no dará por inocente al culpable”.

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