TENEMOS TODO GRABADO



TENEMOS TODO GRABADO

María Fernanda Egas8 agosto, 202412min158
María Fernanda Egas8 agosto, 202412min158
PORTADAS TESTIMONIOS ESPECIAL _20240807_203922_0008
El 26 de diciembre de 2013 cuando fue allanado el domicilio de Fernando Villavicencio en Quito, el autoproclamado Jefe de Todos los Poderes del Estado, Rafael Correa tenía algo muy en claro: Fernando poseía información verdadera y demoledora sobre la corrupción de su gobierno. 

Pero Rafael Correa se equivocó. No callaría, ni con todo el poder del estado, al periodista y entonces asesor del asambleísta de Pachakutik, Cléver Jiménez. A Fernando Villavicencio solo lo pudieron callar las balas del 9 de agosto de 2023, y aun así, sus libros, investigaciones y entrevistas lo han inmortalizado. 

Fernando entendió el mensaje. Diez días después de haber sufrido la violación de su domicilio, desembarcó en la ciudad de Miami, Estados Unidos, donde no perdería el tiempo, seguiría trabajando en sus investigaciones y ampliaría su red de contactos, que fuera de la burbuja del estado de propaganda impuesto en Ecuador, nunca dudó de su capacidad y valía. 

Fernando no vino a la Capital del Sol de compras, no pisó la playa, ni se fue a conocer el Reino Mágico de Disney World. Fernando ya venía con el temor propio de los perseguidos políticos, de tantos que produjo el correísmo y que aprendimos a reconocer, ese impronunciable miedo a ser víctima de un régimen aliado a la dictadura asesina de Cuba, de los agentes de la entonces SENAIN que llegaban cada vez y cuando a operar creyendo que las agencias de “El imperio” no estarían enteradas y les seguían la pista.  

Fernando sí reconoció al enemigo que se había granjeado con sus denuncias sobre los negociados de la empresa estatal petrolera Petroecuador. Ya había publicado “Ecuador Made in China” y había hecho un vídeo casero para explicar a la ciudadanía cómo la Revolución Ciudadana perjudicaba día a día a los ecuatorianos con millones de dólares de pérdidas para el estado. Y ya sentía en carne propia la naturaleza de izquierda criminal que lo acechaba.

Como periodista ecuatoriana, había seguido sus denuncias y leído su libro. Fernando estaba tan empapado del tema, que era un espécimen raro incluso en el periodismo mundial: era un periodista especializado en temas de corrupción petrolera, como lo pueden confirmar los escasos reporteros extranjeros que se dedican a lo mismo y que eran ya para entonces sus contactos.  Gracias a él seguían las pistas de las negociaciones internacionales petroleras del régimen revolucionario que luego serían publicadas en la prensa internacional.

La estadía de Fernando en Miami generó un gran interés no solo en la comunidad de ecuatorianos que luchaba ejemplarmente contra el régimen correísta. Fernando se convirtió en un entrevistado que tenía el testimonio de un Rafael Correa corrupto y violador de Derechos Humanos y de la libertad de información.

A pesar de que le fue incautada su computadora, Fernando conservaba todas las pruebas en la nube. Lo dijo en el programa del 14 de febrero con Jaime Bayly, al que lo acompañamos varios compatriotas y en donde pudimos presenciar una entrevista exquisita, en la que el periodista y escritor peruano manifestó una gran empatía y solidaridad ante la tenaz persecución, al tiempo que se cruzaban referencias literarias con Fernando.

Una denuncia publicada en Univisión por el afamado periodista de investigación Gerardo Reyes sobre unas avionetas de matrícula ecuatoriana decomisadas en el aeropuerto de Fort Lauderdale granjearía una relación entre los dos periodistas que continuaría por muchos años, hasta la detención y juicio del empresario colombo-venezolano Alex Saab. De la misma manera, se forjó la relación con el periodista venezolano Casto Ocando, y su investigación sobre el Sistema Único de Compensación (SUCRE) esquema fraudulento para lavar activos mediante exportaciones ficticias, entre países del ALBA.

Un episodio que en febrero de ese año sacó de casillas a Rafael Correa fue la visita de una delegación de periodistas y activistas ecuatorianos a Washington, a la que se unió Fernando Villavicencio. Una fotografía de su víctima en el centro del poder político provocó la ira del tirano. Días después, Fernando obtuvo una carta de congresistas norteamericanos que condenaron el allanamiento sufrido bajo el régimen de Rafael Correa.

El tirano arreció. Desde entonces, hasta el último de sus días, la persecución y el asesinato de la reputación de Fernando Villavicencio serían brutales. Ni siquiera las balas que cegaron su vida lograron detener el ataque a su honra, el irrespeto a sus ideas, de anhelar tener un país decente, que ya fecundaban y se volvían peligrosas para el proyecto revolucionario de los cien años.

Fernando escribía. Pude verlo en acción en sus días productivos, en la calma del jardín de Karen Hollihan, donde Fernando encontró no solo una posada con internet, que era todo lo que pretendía, encontró también a la hermana “gringa” que el exilio le dio. Fernando no tenía más que dos cosas en su cabeza: su familia que había dejado en Ecuador, y poder seguir denunciando al mundo a ese monstruo en ciernes, que le enviaba emisarios por canales internos como “Lola Cienfuegos”, y que Fernando le tomaba el pelo para ver su reacción.

Recuerdo muy vívidamente sus teleconferencias con su pequeño Martín, y esos momentos en el restaurante Versalles de la Calle 8, cuando me dijo orgulloso: “Mis hijas son unas bacanas”, relatando que tocan instrumentos musicales.

Ello quedaría plasmado en el vídeo musical que lanzaron en 2021. Por siempre podremos ver esos lazos entre Fernando y sus hijas, Tamia y Amanda, tan vivos como profundos. Era el año de la campaña presidencial y Fernando se mostraba con el alma desnuda ante la gente: “Este encuentro musical con mis hijas es algo tan maravilloso que renueva mi alma y mi espíritu de lucha y trabajo”.  Las letras van del arraigo a la tierra hasta las falsas sonrisas, la izquierda caviar de la capital, y un homenaje a la fortaleza de su madre. 

A Fernando le descargaron las balas asesinas en la frente, pero no pudieron acabar con su reputación. En los diez años desde su exilio forzado a Miami, Fernando se convirtió en referente de lucha anticorrupción, y sus denuncias llegaron a tener más poder desde la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional que presidió a pesar de las presiones para que renunciara.

El candidato Villavicencio no contaba con la maquinaria aceitada por un financiamiento irregular que él mismo denunciara que habría sido el de la campaña correísta, tras el escándalo de la campaña de Gustavo Petro en Colombia, y que llegaría con sus nexos hasta Ecuador. La candidatura de Fernando contó con la acción voluntaria de ciudadanos como hace mucho tiempo no se veía en el país. Y de esto tomaron nota sus enemigos. 

Ninguna de las empresas de sondeo de opinión ha podido explicar cómo a un candidato que no daban como finalista en la segunda vuelta o balotaje, pudo arrastrar una bancada numerosa al legislativo y obtener representantes en el exterior que hasta entonces habían sido curules privilegiadas del correísmo. Solo Cedatos/Gallup podría haber acertado con la voluntad popular que se manifestaba espontáneamente en nuevos comités pro-Fernando Villavicencio que se autoconvocaban a nivel nacional. 

Fernando entendió que tenía reales posibilidades de convertirse en presidente del Ecuador. Al tiempo, sabía que corría riesgo de muerte. 

Él creía que escribir sería su victoria. Que su trabajo incesante había dado frutos. Que sus libros sobre los negociados petroleros del correísmo con China, “Los secretos del feriado” bancario, la persecución implacable de Rafael Correa y José Serrano contra él, Carlos Figueroa y Cléver Jiménez en Sarayacu habían incomodado al poder y desenmascarado al tirano.

Pero sin duda, su mayor éxito había sido “Arroz Verde”, el libro sobre la estructura criminal de corrupción que llevó a la condena y fuga del ex presidente Rafael Correa, y a la cárcel al ex vicepresidente Jorge Glas, entre más de 20 funcionarios del gobierno correísta. 

“Yo ya gané”, decía ante las multitudes, un mensaje no tan increíble para quienes lo habían amenazado de muerte, y que luego intentarían echar tierra sobre las investigaciones hasta convertirlo en un crimen común.