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Así funciona la vida, de una manera consecuente con el alma, no con la razón. Hay ausencias que hablan más que el susurro de mil palabras, ausencias que nos sacuden, destrozan y hacen sentir; ausencias que dejan huella y no se irán.
Fernando Villavicencio, un ser humano excepcional en toda la extensión de la palabra. Con una memoria de elefante, como le decía yo, su don fue desarrollar la capacidad de enlazar información del transcurso del tiempo con la relatividad de los hechos actuales. Transformar la complejidad de las situaciones en escenarios claros y definitivos le permitió manejar el camino con seguridad ante el mundo.
Para ello, requirió también de un ingrediente escaso: la valentía, esa que vivía en él desde que fue un muchacho en las cementeras lejanas de Alausí; esa que quizá heredó en los momentos de silencio en el campo con su mascota peculiar, un toro colorado; quizá de su madre, que lo formó con inmenso amor y entereza haciendo pan y sembrando trigo, donde pudo saborear por primeras ocaciones la libertad, o quizá en los momentos más difíciles de su vida, cuando fue perseguido por un gobierno entero al alzar la voz y decir la verdad.
Convencido de que el periodismo era su camino, desde muy chico, al escuchar por primera vez un programa en la radio de su casa y amando más tarde la literatura crítica, se convirtió en uno de los mejores periodistas de investigación en este país.
Ser un hombre sencillo y valorar aquellos detalles de la vida hacía de sus notas algo distinto y, sin dudarlo, los detalles son los que le permitieron escarbar a fondo donde no muchos logran ver. Hay que tener pasión, valor, amor, certeza para hacer las cosas bien. «A donde vayamos, hay que hacer las cosas bien», decía él.
Palabras quizá de un discurso estructurado que cualquier persona pudo decir, pero cuando él lo hacía, se notaba que era el autor. Con una elegancia singular en su tono de voz, una mezcla de ironía, fuerza, lógica y sensatez que hacían de un discurso un poema, de una historia una enseñanza, de una conversación una nueva causa.
Así, escribiendo, ganó grandes batallas en su vida y en la de muchos, cambiando el rumbo de lo esperado en un país gobernado por la delincuencia organizada. «Escribir es la victoria» fue uno de sus lemas. Empezó con poemas y terminó haciendo miles de investigaciones sobre la corrupción y sus tentáculos instaurados en el Ecuador.
Forjó su carrera política gracias a sus grandes capacidades, valores y virtudes que le permitieron llevar a cabo una serie de denuncias de mafias consolidadas en materia petrolera, minera, eléctrica, telecomunicación y estructuras criminales que habían acechado al país durante años. Además de ello, dejó libros plasmados de la cruda verdad.
Llegó a la candidatura presidencial con un solo norte: ganarle a la amenaza constante, histórica, que ha vivido el país en busca de mejores días para los ecuatorianos. No había frenos y tampoco miedo que lo detuviera, pues él ya lo había perdido. Lo decía en cada una de sus entrevistas, tenía más miedo de no hacer nada pudiendo cambiar las reglas del juego, de una vez por todas, para beneficio de todos y no de pocos.
Como un hombre fuerte, serio y firme lo veía la mayoría de la gente y ¿cómo no?, si era la única figura que enfrentaba a los delincuentes de frente, con pruebas y hasta risas de ironía. Lo sencillo que era para él marcar la línea era impresionante y el verdadero motor de que todo marchara siempre fue su causa y nobleza, pero también su dolor ante la injusticia, ante la impotencia de tener todo el conocimiento de lo que realmente pasaba en nuestro país y lo que nos esperaba.
«Es imposible no hacer nada, tengo que hacerlo todo», decía, y esa era su alma valiente la que le permitía transformarse desde la formalidad y rudeza de un discurso en el pleno de la Asamblea Nacional hasta la sencillez de pasear en un mercado de flores, abrazando, riendo y bailando con la gente, invitando a que sean libres de mente y vocación.
Encontraba la belleza en cada espacio que nos representa como país, amaba su país. Desde el compás de los pasillos ecuatorianos, los inigualables paisajes, el cacao, las montañas, el ocaso en el Yasuní, la hermosura de las flores, el trabajo y esfuerzo de la gente que los produce.
Quiso impulsar internacionalmente la cultura del Ecuador y en una era post-petrolera los productos propios de nuestra tierra. Amó el arte en todas sus formas y experiencias como amaba escuchar tocar la dulce trompeta de Tamia, percibir la fortaleza de Amanda y la inocencia de Martín.
Recorrió todo el país con felicidad e ímpetu de victoria, estar en cada sitio mirando los ríos de personas con lágrimas de esperanza y alegría de libertad le hacían tomar fuerzas en cada parada. Un caramelo de miel y menta ayudaron a no perder la voz en varias ocasiones donde el cansancio del cuerpo lo abrumaba todo.
Sin rendirse, con mucho sudor en su frente y un buen café pasado saboreaba el camino, esa felicidad de la vida de la que tanto hablaba en sus historias, esa que lo envolvía en una cápsula de acciones pragmáticas diarias y perseverantes que más allá de los riesgos no le permitieron ver la verdadera planificación de maldad en su contra.
Cuando hablaba explicando sobre el poder, entendíamos cómo funcionaba y lo peligroso que podría llegar a ser si lo quieres obtener sin saber el para qué. El poder mal manejado junto al ego puede destrozarlo todo a su paso sin importar nada, mucho menos los más vulnerables de un país.
Funciona desde una psiquis que una vez cruzada la línea no hay marcha atrás. El poder de frente, el poder detrás del poder y el poder que gobierna debe ser construido por profesionales que cuenten más allá de grandes cualidades, estudios y PhDs; deben estar constituidos de ética, valores, corazón, moral y humanidad.
A mi país no le falta dinero, le sobran delincuentes’ replicaba la frase de Mafalda, acertando con la realidad. «La primera seguridad que debemos construir es la política, si no hay eso no hay nada y una vez más tenía razón.
El camino era uno y aunque la realidad fue otra, Fernando marcó un antes y un después en esta historia sin duda. Afortunados quienes conocieron no solo al gran líder político que desenmascaró las corrientes más podridas de este país, sino también al ser humano que vivía con un propósito real, el mismo que le permitió ir sembrando por donde iba la esencia que llevaba por dentro.
Él se reflejaba en muchos de nosotros, en la madre trabajadora, en los niños con desnutrición, en la juventud al acecho del microtráfico, en el campesino, el ingeniero, etc. Por eso estaba con todos, porque su motivo iba más allá. En el dolor resurgen las almas, esas que se unen y se convierten en una rebelión de esperanza, eso pensaba, eso sentía.
Su ausencia ha marcado un agujero gigantesco en la sociedad. Después de todo y tanto, siempre tuvo razón y decía la verdad. La vara ha quedado muy alta en el mundo artístico-político, donde las máscaras son el principal adorno, pero en los corazones buenos, trabajadores y honestos resonará la voz de Fernando, esa lucha incansable que sostuvo hasta el final.
En sus amigos, ha dejado el mayor de los tesoros: una semilla que germina en la vida de cada uno y en los hijos que escuchan la historia de aquel hombre real y valiente. Siempre me sentiré honrada de haber acompañado a Fernando en este sueño, paso a paso, en esta batalla de liberar mentes, corazones y almas hacia la valentía y la esperanza de cambio en mi país, desgarrada que el precio haya sido su vida.
Extrañar a alguien que nos ha marcado la vida nos hace valorarlas aún más, nos hace querer retroceder el tiempo por un momento, escuchar el audio de su voz una y otra vez, pero su ausencia nos hace encontrarlos donde realmente están, ahí muy dentro de nosotros para llevarlos no solo en nuestra memoria si no tambien en nuevas acciones y decisiones que nos lleven a la vertiente genuina en esta vida.
Ha sido todo un reto atado a mil emociones escribir sobre Fernando, pero a su vez, demasiado reconfortante saber que, de alguna forma, quedarán plasmadas las grandes cosas que fue y seguirá siendo mientras viva un pedacito de él en la memoria de un país.
La ausencia te enseña y despierta a una realidad de valorar a quienes siguen cerca en cuerpo y lo humanamente frágiles que somos si vivimos sin conciencia y amor a nuestras almas. Hay cosas que aprendemos unicamente con la ausencia y una de las más profundas es la forma más bonita de aún sin tocar, sin ver y sin escuchar, permitirnos sentir.
Fernando vino a esta tierra a romper paradigmas, murallas y muchas más cosas de las que imaginamos. Personas como el fueron, seguiran siendo como esas grandes montañas donde cruza la luz en un atardecer.
Dejó huella por donde pasaba siendo ejemplo, perseverancia, esfuerzo, lucha. En medio de un escenario con todo en su contra, él siempre fue verdad y luz.
Gracias, Fernando, por haber venido a este mundo. Siempre serás aquella golondrina que hace verano.