DÍA 23

Amanda Villavicencio24 octubre, 20245min
Amanda Villavicencio24 octubre, 20245min
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En mi cabeza herida las palabras fluyen como un río turbulento, donde los sentimientos se entrelazan en una danza salvaje y contradictoria, y no encuentro refugio para mi dolor más que vivirlo y transitarlo mientras está. La muerte no es el final es una frase cliché que intenta dar esperanzas vacías a quienes necesitan de la presencia física para amar.

Yo por el contrario nunca he necesitado nada para hacerlo, aprendí a amarlo todo, la ausencia, la violencia, el dolor, el error. Incluso más que esas cosas que se hacen llamar bonitas, como el abrazo, la comida, el bienestar o la ternura.

Toda mi vida pensé que ya me había pasado lo peor y solo seguía empeorando todo, por eso resulta tan irónico que esté escribiendo estas palabras que se quieren sentir definitivas, que quieren venganza, pero también están impregnadas de una tristeza tan potente que amenaza con inundarlo todo. Lo que me reconforta es saber que esta inundación, este torrente de emociones, solo puede tener dos destinos: florecer entre las aguas o  pudrirse de una vez.

La gente me pregunta constantemente cómo estoy, y cada vez que escucho esa pregunta inútil, siento un nudo en el estómago y mi sistema digestivo se trastorna. He inventado respuestas groseras y evasivas, tratando de expresar que, por naturaleza, siempre me he sentido incómoda en la vida, pero desde que te asesinaron, cada día se vuelve más atroz que el anterior, y no creo que eso vaya a mejorar.

Tengo una sensación de contradicción brutal, entre no poder creer lo que pasó y haberlo presentido cada día de mi vida, una culpa iracunda que quiere revivirte solo para matarte yo misma por dejar todo tan mal y roto, por tener que arreglarlo yo, por sentirme tan sola, por que solo demuestra la bajeza de mi corazón de no poder sonreír ante esta mierda; versus el deseo de morirme yo para liberarme de esta carga que no pedí. También navego en la contradicción de querer que estés aquí frente a la premisa de que por fin estás tranquilo.

Con vergüenza, siento envidia de la paz que dicen que tienes ahora, que estás en el cielo dicen, que eres un ángel, que ahora gozas con otros ángeles, si es así entonces quiero irme contigo  y encontrar eso para mi también, pero el mundo parece considerar inmoral ese deseo, y eso me confunde más. Así que, cuando me preguntan cómo estoy, no sé qué responder. Estoy viva, pero mal viviendo tu partida, con un anhelo incesante de quemarlo todo y, al mismo tiempo, obligada a ser adulta y enfrentar la devastación.

El dolor de tu ausencia se manifiesta en mi cuerpo, me duelen los riñones, la rodilla izquierda, la cadera y el cuello. Mi corazón parece demasiado pequeño para tanta pena, y a veces siento que a nadie más le importa, ni siquiera a ti, dondequiera que estés.

La rabia se apodera de mí, ¿por qué te fuiste de esta manera, sin dejar nada en orden? ¿Sabías lo que iba a suceder? Nada parece tener sentido, y me siento atrapada en un laberinto de preguntas sin respuesta.

Lo peor es que me siento fatal y energúmena, culpándote por tu propia muerte. Me siento tonta e injusta por pensar así, y te ruego que me perdones por estas contradicciones incesantes que inundan mi mente. A veces, solo no sé qué hacer con mi tristeza que se va solita al rincón a gritarte con palabras mudas que por favor regreses, aunque ya no me escuches.

Quisiera creer que estás en algún lado felizote, pero no me enseñaste a pensar así. Igual te amo y hablo contigo todos los días aunque no responda tu voz, me responde tu silencio y es suficiente.

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