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Un viernes 11 de octubre de 1963 nació en un pueblo pequeño llamado Sevilla uno de los hombres más valientes de este país, Fernando Villavicencio Valencia.
Soy Aleczandra, la tercera de seis hermanos, de una familia donde padre y madre eran unos sencillos y humildes campesinos.
Fernando, como el primogénito, disfrutó de todo el amor y el cuidado de la familia. Él amaba tanto el campo que encontró una conexión con el trigo, la tierra, los animales y sobretodo con la gente humilde.
Desde muy pequeño aprendió a trabajar, a ser responsable, a amar la naturaleza. Pero en la vida dura del páramo, también en su corazón iba albergando dolor, tristeza por tanta injusticia y pobreza en la que vivíamos.
Es así que, en busca de una mejor situación económica, con mi familia migramos al cantón Chunchi, donde vivimos dos años, hasta que mi padre decidió salir a la capital en búsqueda de mejores oportunidades. Entonces, mi madre se quedó sola en este pueblo chimboracense al cuidado de sus seis hijos. Como siempre ha sido hábil en el arte de la cocina, ella se ganaba la vida con la gastronomía para mantener la casa.
La migración nos llevó a la capital
Cuando tenía 10 años, todos migramos a la capital. En mi inocencia yo me imaginé una gran metrópoli, que viviría con comodidades y sin la acostumbrada escasez. Pero fue todo lo contrario. La vida nos llevó a asentarnos en un barrio popular en el sur de Quito, donde no teníamos ni agua, ni luz. El baño era una letrina y el piso de tierra.
Conseguir un lugar donde vivir fue una odisea, porque ningún arrendatario aceptaba prestar una vivienda a mis padres con el rondador de seis hijos que éramos. Es así como ellos tuvieron que decir que solo tenían cuatro hijos.
Mis hermanos mayores, Fernando y Patricia, tuvieron que desprenderse del núcleo familiar y vivir con mis abuelitos, mamita Blanca y papá Augusto, como cariñosamente los llamábamos, en el centro histórico de Quito, en la famosa esquina de la Rocafuerte y García Moreno.
Los jóvenes crecieron cobijados por el amor de sus abuelos y tíos, por el aroma del cafecito, la sopita de fideo y de tortilla que siempre estaba servida para cualquier visitante. Esta fue la etapa cuando Fernando cultivó un amor profundo por nuestra abuela, hasta que pronto floreció como la segunda madre de su juventud.
Fernando fue un hombre de sensibilidad sin medida. Él era incapaz de ver a un pobre y no hacer nada. Un día, en sus 18 años, no le importó los regaños de nuestra madre Goita, para cumplir con su misión de regalar un colchón y cobijas de la casa a una señora viejita que mendigaba en la esquina de la morada de la abuela.
Entonces, él perfectamente se identificó con esta pobre mujer que no tenía donde reposar su cabeza.
El jóven Fernando y su amor por la palabra
Fernando desde muy joven aprendió a combinar la vida de estudiante en la noche porque en el día debía ganarse el pan trabajando. Jamás tuvo privilegios, ni oportunidad de estudiar en algún colegio de élite de la capital. Sin embargo, siempre fue brillante. Nunca se conformó con el estatus-quo de la sociedad ni de la familia. Siempre fue libre, un libre pensador, que todo lo cuestionaba.
El don de la palabra, el escribir poesía eran sus talentos. Así se distinguió. Con el tiempo fue descubriendo su propósito y formando su camino, siempre conectado con la lucha social, en búsqueda constante de la verdad y la justicia.
Yo también en mi juventud me identifiqué con la lucha social que él promovía, pero todo cambió para mí, cuando en esa búsqueda encontré el amor de Dios. Me sentí tan identificada con Jesús, con su liderazgo y entendí que era eso lo que necesitaba. Para entonces yo estudiaba una ingeniería en la Escuela Politécnica Nacional, una etapa donde decidí seguir a Jesús cueste lo que me cueste. Esta decisión personal dio pie a cuestionamientos por parte de mi hermano.
Desde ese momento, mi misión fue reflejar ese amor de Dios a mi hermano, de diferentes maneras. La mejor que encontré fue orando por él en silencio junto a mi madre por muchos años. Además, de ayudarle cuando tenía problemas.
Fui la hermana que siempre estuvo ahí para acogerlo, aconsejarlo y ayudarlo en todo, cuando necesitaba un hogar. Él sabía que podía contar conmigo, aunque los dos no hayamos sido muy expresivos, el comunicarnos asertivamente no fue un don de mi familia.
Hoy sé que el amor del Padre y nuestras oraciones siempre lo sustentaron, lo protegieron. Y sé también que él poco a poco fue descubriendo el amor de Dios. Al final, entendí que Dios tiene maneras tan singulares y particulares de revelarse a las personas.
La lucha de Fernando fue su llamado
Fernando amó y conoció a Dios a su manera y él fue amado por Dios, descubrió su propósito. Tenía la llama y fuerza de la pasión, que nada lo detuvo hasta alcanzarla. El vino a esta tierra a cantar su canción, y hoy su canto de valentía y verdad resuena como una invitación a no tener miedo a nada y nadie.
Fernando fue un gran padre, siempre cuidó y protegió a sus hijos Amanda, Tamia y Martín. Sus hijos producto de su amor. Su corazón fue inmenso que adoptó como hija a Cristina su sobrina, la amó como una hija. Asimismo, José Emiliano y Antonela. En cada uno de ellos hay un lugar para su padre.
Fernando escogió su camino desde muy joven y creo que él sabía el precio que tendría que pagar algún momento. Creo que él encarna ese prototipo de personas, muy difícil de imitar, que vienen a este mundo cada cierto tiempo con un mensaje o propósito profundo. Ahora, mis lágrimas se enjuagan con un profundo agradecimiento a Dios por haberme dado la oportunidad de haber servido a un siervo y profeta de Dios sin que yo lo supiera.
Amaba la justicia, jamás perjudicó a ningún trabajador, siempre fue muy generoso, en especial con la gente más humilde. Empatizaba muy bien con los trabajadores y se molestaba cuando alguien trataba despectivamente a alguna persona humilde. No importa quiénes fueran, albañiles, pizzeros, guardias, policías, empleada doméstica o doña Olguita, su costurera, siempre podían ser invitados a comer bien en nuestra mesa.
Recuerdo que, en una ocasión, cuando estaba exiliado en Sarayaku, me escribió para pedirme que le ayudara a un amigo suyo a buscar un trabajo. Él tenía un corazón de oro, y siempre estaba preocupado por el bienestar de otros, aunque a veces no tuviera provisión ni para él mismo y su familia.
Fernando cargó el peso de la patria a cuestas
Su vida se llenó de gozo, alegría y esperanza cuando nació su hijo Martín. Sus palabras fueron, el será mi bastón. Al final, su tiempo con él fue escaso porque tuvo que vivir escondido o investigando. Sin embargo, siempre compartía con sus hijos Martín y José Emiliano los fines de semana pateando la pelota, en el futbolín, pinpón, jugando a las cogidas en el árbol de aguacate, compartiendo su música preferida en sus desayunos.
Mientras escribo no puedo parar de llorar y no dejar que mi corazón se desgarre.
Tenía mucha capacidad para entender y conectar las cosas fácilmente, cualquiera sea el tema. Un día mientras comíamos, con mucha reserva le comenté algo de manera muy ligera sobre la banda de frecuencia 1900 MHz y los contratos con las operadoras móviles. Un tema como este, solo lo podría entender un profesional del campo. Pero Fernando era muy ágil. Al cabo de pocas horas, él ya había investigado sobre el tema, y seguro ya tenía un artículo de investigación especializado. Cuando lo revisé, yo solamente le aporté con el cambio de la letra minúscula h a la mayúscula H, por ser el nombre del señor Hertz.
El 24 de diciembre de 2013, en la pizzería de mi hermano Germán, él estaba muy cargado, triste y preocupado. Se acercó, me abrazó y me dijo: Alecz, cuida a Martín, algo me va a pasar, tengo demasiada información y esto es un peligro para el poder. Yo pensé, mi hermano se está volviendo loco, no entendía nada. A veces le decía: Fer, ya deja eso, no escribas, no investigues. Pero qué torpe fui. Era como impedir que un trompetista tocara su mejor melodía.
Dos días después, el poder infame de un gobierno totalmente autoritario irrumpió y allanó su hogar en navidad. Desde ese momento la vida habría cambiado para él y para toda su familia.
En la familia siempre nos hemos cuestionado cómo mi hermano pudo vivir cargando en sus hombros tanta maldad y tantos juicios injustos. Una persona común y corriente no puede con sus problemas a diario, pero Fernando era diferente. Él había perdido el miedo, por eso nadie le podía entender. Yo no le entendía. Incluso creo que hasta yo me acomodé, aceptando todo, hasta la corrupción. Siempre me decía: Aleczandra lee, escribe, ustedes los profesionales, los técnicos saben y se quedan callados, eso me duele, y a veces me siento impotente.
Debido a la persecución, Fernando consiguió medidas cautelares de la CIDH, la posibilidad de asilo político en Estados Unidos. Cualquiera pensaría que él optaría por esos privilegios para estar lejos de sus perseguidores y que su vida y su familia encontraran la tranquilidad. Eso para él no era lo correcto. Entonces, decidió venir a Ecuador, arriesgarlo todo.
En la madrugada viajó horas de horas en lancha por el río, esquivó los peligros de la selva de Sarayaku para unirse a sus amigos de lucha Cléver Jiménez y Carlos Figueroa. Eso es estar loco nos decíamos todos, ¿qué le pasa a este hombre?, pensaba. Esa parecía una historia ya vivida, de la que él sabía todas las escenas. Solo debía cumplir su destino.
En el exilio en Sarayaku, se identificó nuevamente con su pueblo. Debía levantarse de madrugada para participar de las ceremonias de la guayusa y junto al fuego y el yachak, el sabio de la comunidad, compartir los sueños de la noche. También debió aprender a ir a la selva en búsqueda del alimento. Creo que ahí seguramente recibió una conexión profunda con el creador. Pero Fernando no podía quedarse más tiempo ahí.
Cuando lo visité en Sarayaku, él me dijo que debía salir. Yo le respondí que le podían apresar. De inmediato me respondió que no podía sacrificar a ese pueblo con su presencia, luego de que habían dado la vida por él. En ese viaje, su mayor maestra fue una niña llamada Yarapana. La pequeña fue como un regalo de Dios para su vida, se convirtió en su guía, le guiaba y alertaba del peligro. Díganme, si Dios no lo acompañaba todo el tiempo.
Por su puesto, en este peregrinar de duras pruebas siempre hubo una familia absolutamente solidaria. Todos aprendimos el lenguaje de la persecución, a conversar con códigos, a ser muy prudentes, a cuidarnos entre todos y ayudar a nuestro hermano.
También estuvo ahí la comunidad cristiana, sosteniéndonos día y noche con sus oraciones. Yo le había pedido a Dios que mi hermano pudiera salir de Sarayaku el 14 de mayo de 2014 para que fuera el regalo de cumpleaños para su hijo Martín. Así fue, ese día Fernando pudo abrazar a su hijo y cantarle su cumpleaños. Recuerdo también que su amigo Hugo Medina, quien le ayudó a salir de Sarayaku, le prometió a mi madre que sacaría a Fernando el día de las madres. Exactamente así pasó. Aprendí en este caminar, que para mí Dios es un perfecto matemático y él sabe que me gustan las matemáticas.
La misión de liberar a su pueblo
Este camino es muy parecido a la historia de Moisés, un hombre que amaba la justicia, que encontró su identidad junto a su pueblo, al punto que su indignación le llevó a asesinar a uno de los que ultrajaban a un esclavo egipcio. Eso hizo que Moisés huyera y en el desierto encontró su llamado, su propósito para liberar a su pueblo de la esclavitud. Siento que Fernando tuvo esa misión como Moisés de salir y enfrentar al poder para liberar a su pueblo.
Todos en algún momento vivimos en ese Egipto, en la esclavitud, en nuestra comodidad. Pensando que estamos destinados a vivir así. Fernando nos enseñó a perder el miedo, a soñar en un mejor país, que tenemos derecho a vivir libres.
A Fernando nada lo detuvo, ni estar en la persecución, pues fue ahí donde realizó sus mayores investigaciones.
Yo como la hermana le manejaba los poquísimos recursos que tenía. Las cuentas le llevaban perfectamente en una hoja de Excel, él nunca preguntaba nada. Pero un día me había equivocado en registrar el valor de un pasaje de avión, que puse de manera duplicada. Justo esa ocasión por primera vez me pidió un reporte y en seguida se dio cuenta del error. De tanto investigar había aprendido rápidamente a identificarlos.
Creo que cada uno de sus hermanos, cumplió un rol particular en su vida. Mi hermana Lorena no dudo que fue con quien podría tener más confianza en su vida sentimental, podrían farrear, cantar y tomarse un whisky. Él fue el artífice de la obra maestra de haber hecho coincidir en esta vida con su esposo. Él los juntó, hasta los auspició. Así nació una familia que hasta el último instante fue su cómplice y su hogar extendido cada vez que quería huir de este mundo y refugiarse en los sonidos de la Amazonía
Fernando se ha convertido en el Faro que guía a toda mi familia, a niños, jóvenes y viejos.
Marcelo, el hermano menor, siempre le ayudaba cuando tenía que resolver algún problema tecnológico. Y por supuesto Germán, compartiendo sus riquísimas pizzas de El Leñador.
Cuando teníamos una cancha en el patio de la casa, solíamos jugar fútbol, y básquet, aunque debo reconocer que el deporte nunca fue su preferencia.
Fernando tenía una manera muy particular de comunicarse, de expresarse a través del silencio. Así que yo desarrollé esa habilidad para entender, darme cuenta y sentir lo que vivía, lo que le preocupaba. El 17 de mayo de 2023, todo cambió para él y para toda la familia. Se había embarcado en la dirección más complicada de la política. En el fondo creo que era su sueño. Yo sabía que era un peligro, no quería, no lo aceptaba, pero cuando aceptó la candidatura a la Presidencia, en la familia, sin dudarlo, le apoyamos.
Ese mismo día me llamó y me dijo. Alecz, no quiero que nadie de la familia participe directamente en la campaña. Algunos se enojaron, pero ese era su deseo. Al final él tuvo razón porque conocía la dimensión del peligro que corríamos, pudo ver el daño que podían hacernos. Nos mantuvo al margen, nos alertó y nos protegió; tenía un corazón gigante para todos.
En medio de tantos cuestionamientos, preguntas sin contestar; con mi familia reflexionamos en el contexto que vivimos en el país. La claridad, determinación y valentía de Fernando le habrían llevado a tomar decisiones muy difíciles, con las que le hubiera sido dificultoso gobernar. Eso le habría costado la vida de toda su familia. Entonces, él prefirió ofrecer la suya, inmolarse para protegernos a todos.
La vida de un valiente
En el día a día, le encantaba hacer los desayunos para sus hijos. Su especialidad eran las crepes. A los pequeños les fascinaba; para alentarlo le decían; Pa están riquísimos.
Fernando fue una persona que manifestaba su inteligencia a través del humor. Al contrario de lo que parecía, era lo opuesto a un ser acartonado, serio, inaccesible. Su vida en síntesis era una risa, a pesar de la pesadumbre que implicó para él la responsabilidad de develar la corrupción más descarada del país.
Más bien, en la vida cotidiana, era un genio de la comedia, de la ironía, del humor negro, en el lugar donde se encontrara. Una sola frase bastaba para demolerte o robarte un montón de carcajadas. Eso era lo que tenía, una sonrisa sincera cada minuto.
Su inteligencia era avasalladora, brillaba con cada palabra pronunciada. Y él lo sabía. En medio de su fugaz altivez, estaba hecho de humildad, valoraba las simples cosas aunque no siempre las expresaba.
Por ejemplo, después de una larga jornada de trabajo en la Asamblea, luego de devorar con la verdad a ciertos capos convertidos en legisladores lo único que quería era cenar arroz, con huevo frito y un buen atún. No hay duda, el banquete le sabía a premio, luego de haber dejado, como cada día, la piel en el Parlamento ecuatoriano.
En la sencillez del buen bocado, que con amor le brindaba su familia, también era un maestro para hacer empanadas de viento. Experto amasador sabía las proporciones exactas de harina, sal, agua y levadura. Cuando la masa estaba lista, con la consistencia perfecta, permitía a los comensales inexpertos de la familia, en especial a los más pequeños, acompañar su misión. Poner el queso, freír la empanada, escarcharlas luego con azúcar. Se completaba así un ritual familiar de los domingo, a eso de las 18:00, cuando llegaba la hora del café y la fraternidad de nuestro núcleo.
Pero de las comidas predilectas de Fernando, la primera en lista era el hornado de Alausí, y otras veces, los cuyes de Cuenca. Tan querido como era, como seña de agradecimiento por la gran campaña por la Patria que lideraba, en una ocasión le regalaron un par de cuyes asados que, a como dé lugar, debía llevarlos a la capital para compartirlo con unas suculentas papas con maní con Goita. Es así que tuvo que pedir que le permitan embarcar los cuyes en la cabina del avión para que el platillo llegue fresco e intacto. Del aroma, durante la hora de viaje, ni les cuento.
Nunca le faltó los desayunos suculentos de su madre Goita, que consistía en un buen cafecito, mote pillo, con huevo, una porción de fruta o alguna especialidad de nuestra madre. Siempre tenía servido el jugo verde que le sanó de su gastritis. Él sabía que debía comer todo, porque de lo contrario recibiría una regañada de su madre. Amaba los momentos familiares, y que le cocinen algo rico, y ahí estaba siempre su cuñada Vielka para preparar su exquisita comida esmeraldeña.
Estos días, mientras escribo esto, viene a mí con fuerza el recuerdo: Escribe, escribe. Esa no es mi habilidad ni mi don, pero en su nombre y honor haré un esfuerzo por desarrollar este arte y disciplina.
Querido lector si has llegado a este punto de lectura, es porque de alguna manera te has identificado con la vida de un valiente como Fernando Villavicencio. Él ya no está con nosotros, pero su vida y su muerte seguirá siendo un faro y una luz que nos guía y nos impulsa a vivir libres sin miedo.
Su legado se resumen en una vida dedicada a la búsqueda de la verdad y a soñar con un país mejor. Él nos enseñó con el ejemplo, a no transar con el mal, a ser buenos ciudadanos en todo lo que hagamos. Cualquiera sea la situación en la que te encuentres no te rindas, busca tu propósito, ese sueño. No dejes este mundo como lo encontraste, mejóralo. La pasión es la fuerza, ese fuego que te impulsará a conseguirlo. Así fue la vida de un Valiente.