Las historias de los desaparecidos en Ecuador no están escritas en los libros de historia. No figuran en los discursos oficiales ni en los informes de rendición de cuentas. Pero laten. Laten en la piel, en los ojos rojos de tanto llorar, en las plazas donde padres, madres y hermanos se aferran a fotos, carteles y velas. Laten como late Fernando Montenegro: un hombre convertido en búsqueda, en grito, en memoria.
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